SEDUCCIÓN EXÓTICA
* Por Rodrigo Diez Fernandez, Licenciado en Psicología y Antropología y colaborador de SOS Refugiados Ibiza.
En un mundo en que la hibridación multicultural se ha mostrado como una exigencia, como una necesidad que nos urge compartir entre los seres humanos de las diversas etnias y naciones… la crítica hacia el modelo que fundamenta dicho proceso se hace más que nunca pertinente. Ante todo, una autocrítica que sirva de faro para no caer en demasiados lugares comunes de la corrección política imperante en los discursos cotidianos.
Partiendo de la premisa básica de la globalización, que aboga por el imperativo de la descentralización a todos los niveles (de costes y beneficios, de la gestión de residuos y polución, de la estética del marketing y la publicidad…) se asume la guerra en “los márgenes de la civilización” como motor del desarrollo de la economía de las grandes potencias, favoreciendo así sus beneficios, gracias a la destrucción y posterior construcción de países disidentes de la dinámica general. A su vez, se acelera el movimiento migratorio de aquellxs quienes huyen de la barbarie en sus tierras de origen, generando la antítesis de un flujo centralizador de mano de obra itinerante, que se manifiesta en condiciones de pseudoesclavitud… y que exalta la dialéctica conflictiva, en la mayoría de los estados receptores, entre dos discursos contrapuestos como son el elitismo y el populismo.
Por un lado, el relato progresista e internacionalista que habla desde un punto de vista moral acerca de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que el etnocentrismo occidental ha tratado de imponer en la agenda global… y por otro, el relato conservador y nacionalista que desde la épica del sangre, sudor y lágrimas hace mención a la supremacía de lxs unxs sobre lxs otrxs, con autoridad cuasi divina. Quizá esto no es algo nuevo, pero desde el cambio de paradigma tras la Revolución Industrial, parece como si se hubieran invertido los roles que apoyaban una u otra postura. Quiero decir, antiguamente era la élite noble y clerical la que defendía el estatus conservador, mientras la masa popular se mostraba aparentemente más libre de prejuicios… en la actualidad, sin embargo, parece como si fueran lxs gobernantes de la burguesía financiera aquellxs quienes “mejor saben lo es bueno para todxs”, en oposición al pueblo que se descubre como un interlocutor xenófobo y políticamente incorrecto. Como se llegó a decir hace ya casi dos décadas, resulta que “los gobiernos necesitan pueblos que se encuentren a su altura”, pues la gente manifiesta, aparentemente, posturas más retrógradas que sus dirigentes.
La cuestión diferenciada es lo que vemos cada unx de nosotrxs al salir a la calle, el paisaje que observamos con una mirada condicionada por el sistema que nos ha tocado vivir. Es decir, no es el mismo escenario el que percibe una persona blanca, nativa o extranjera, de clase media o burguesa… que el de una persona de cualquier otra “raza”, inmigrante o refugiada, de clase baja o marginal. La performance que sucede ante sus ojos no es procesada de la misma manera por sus cerebros. En Lavapiés o el Raval, la primera contempla un lugar exótico, multiétnico, donde la fusión más colorista se consume en batidos edulcorados aptos solo para los paladares más exquisitos que evitan las asperezas de los olores intensos… la segunda descubre un lugar hostil, hermético, donde la fragmentación y cosificación que experimentan el sujeto y su entorno, deja un huella en sus cuerpos en forma de violencia estructural, que va a marcar a las sucesivas generaciones perpetuando la asimetría de poder y el statu quo hegemónico.
Plataformas como Airbnb de dedican a vender un producto maquillado de turismo postmodernista, vacío de cualquier significado que no sea superficial, pues el aspecto de la autenticidad intersubjetiva que se logra al compartir diversas vivencias, queda casi por completo distorsionado al ser consumido de forma hedonista, a la par que narcisista. El turismo es la cara de la moneda de dicha dinámica de movilidad transnacional, la cruz es la inmigración. Dependiendo donde se nazca, así se puede ser un/a jubilado del norte de Europa disfrutando del clima soleado del Mediterráneo español, con una pensión más que digna procedente de su país… o por el contrario, se puede ser un/a refugiadx del norte de África o Próximo Oriente, que trata de sobrevivir como sea en un contexto adverso, mandando además remesas de divisas a sus familiares en sus países de origen.
Por tanto, la economía llamada colaborativa es el símbolo seductivo de la distribución desigualitaria de la riqueza, debido a que sólo lxs cosmopolitas son lxs llamdxs a degustar las posibilidades en que se encarna el placer, mientras lxs indígenxs se limitan a tratar que su identidad no desaparezca. Es el conflicto entre las élites hibridizantes desterritorializadas y el pueblo nativo identificado con su tierra. Todo lo demás es un intento de enmascarar la verdadera lucha de clases que aún se da. Hay que evitar que se haga realidad la distopía de Blade Runner, pues como describe Jonhatan Friedman, es la historia de ”un mundo dividido en clases, étnicamente mezcladas, en que la élite consume y disfruta las diferencias variadas del planeta, mientras el pueblo habita la miseria de las profundidades, encerrado entre fronteras”.